En 1914 estallaba la Gran Guerra, y la aviación aún era algo muy nuevo para que se le hubieran encontrado aplicaciones directamente ofensivas. Por lo tanto, al principio el avión militar fue usado para explorar el territorio enemigo, sin entrar en combate. Esta situación no duraría mucho, ya que los oficiales acabaron por ordenar la intercepción de los aviones enemigos, dando paso a los primeros ataques entre aviones, que consistieron en lanzarle un ladrillo al enemigo desde arriba, atravesando así la débil estructura del avión, que aún estaba fabricado con madera y tela.
Otra medida ofensiva, ideada por el ruso Alexander Kazakov, consistía en un garfio unido a una soga que se empleaba para desgarrar los planos de dirección.
Kazakov en un sello conmemorativo
El primer derribo mediante un arma de fuego tuvo lugar cuando el 5 de octubre de 1914 un Voisin III francés abatió a tiros un Aviatik alemán.
Desde entonces, todos los observadores fueron armados con carabinas, y un mes después se instalaron soportes móviles para ametralladoras en todos los biplazas de observación. Había empezado la guerra aérea.
Voisin III
En Francia, el piloto Roland Garros intentaba encontrar un método que permitiera a los pilotos de monoplazas atender al arma, ubicada en el ala superior, al mismo tiempo que dirige el avión. Para él, lo mejor sería instalar el arma enfrente del piloto, aunque esto destrozaría las hélices de madera. Con este planteamiento, resolvió brillantemente instalar en las hélices un refuerzo de acero para que las balas que choquen reboten en él, y el resto (la mayoría) pueda pasar y dar en el objetivo.
Los alemanes, reconocidos ingenieros, fueron más allá, y sincronizaron la velocidad de la hélice y la del arma para que todas las balas pasaran sin problema.
Fokker E alemán con las hélices sincronizadas
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