El
concepto de invasión demográfica se refiere al modo en que los cruzados
llevaron a cabo la ocupación de las ciudades conquistadas, pasando a cuchillo a
los antiguos habitantes musulmanes para propiciar la total conversión cultural
del territorio: si todos los habitantes son cristianos, se elimina la amenaza
de revueltas, conflictos religiosos, etc.
Se
debe especificar que esta es una mecánica exclusivamente cristiana, pues
Saladino era fiel a la filosofía coránica:
“Combatidlos hasta que cese la sedición y triunfe la religión de Allah; pero si dejan de combatiros, que no haya más enemistad, excepto con los agresores. [...] Temed a Allah y sabed que Allah está con los piadosos.”
(Corán 2:139-94)
Desde
el bando musulmán no se llevó a cabo ninguna venganza por las masacres
cristianas, y en todo caso se respetó la vida de los civiles. Mientras que los
cruzados veían en el infiel al enemigo de Dios con cuya muerte se glorificaba
al Señor, los sarracenos tenían a sus atacantes como unos inconscientes de los
que había que defenderse, pero sin hacer pagar a justos por pecadores,
respetando a todo aquel que no se mostrara hostil.
Jerusalén
La
conquista de Jerusalén y su dominio cristiano era, en teoría aunque
ocasionalmente eclipsado por otros, el principal motivo de las ocho cruzadas.
Por ello, es lógico que tras su conquista en la Primera Cruzada los soldados
cristianos, justo después de enfrentarse a sus enemigos y avivados por el
sentimiento de victoria, continuaran desatando su ira contra los civiles, tanto
por el odio a los conciudadanos de aquellos que acababan de matar a muchos de
los suyos como para afianzar la posesión de la tan deseada ciudad. Es muy
descriptiva de la matanza llevada a cabo la cita de Raimundo de Agiles:
“La cantidad de sangre derramada aquel día es increíble… Algunos de nuestros hombres (y esto era más misericordioso) cortaban las cabezas de sus enemigos… Otros los torturaban más arrojándolos a las llamas… Montones de cabezas, pies y manos se veían por las calles de la ciudad. Pero estas eran cuestiones menores comparadas con lo que sucedió en la Iglesia de la Resurrección. ¿Qué sucedió allí? Si digo la verdad excederá los límites de vuestra fe. Por ello baste con que mencione al menos esto: que en la Iglesia de la Resurrección y en el patio de la misma los hombres iban a caballo con la sangre que les llegaba a las rodillas y las riendas. Realmente fue un justo y espléndido criterio de Dios que este lugar se llenara de la sangre de los infieles… La ciudad estaba llena de cadáveres y sangre”.
La
misma sensación nos transmiten las palabras de Guillermo de Tiro:
“No era sólo la visión de los cuerpos decapitados y miembros mutilados esparcidos por todas partes lo que provocaba horror a cuantos los veían. Todavía más espantoso era ver a los vencedores empapados de sangre desde la cabeza a los pies, un espectáculo desazonante que provocaba terror a todo aquel que los encontraba”.
Llama
la atención que la parte más cruenta de la masacre aconteciera en el lugar más
sagrado del cristianismo, la Iglesia del Santo Sepulcro. Con eso, lo que se
busca es engrandecer aún más el símbolo de victoria, regodearse, exhibir al
mismo tiempo la gran derrota del enemigo y la obtención del premio definitivo.
Sobre este episodio en particular, hay que citar al cronista Fulcher:
“Alrededor de diez mil fueron decapitados en la Iglesia de la Resurrección. Si estuvierais allí, vuestros pies se teñirían hasta los talones con la sangre de la matanza. Ninguno de ellos quedó con vida. No tuvieron piedad ni de mujeres ni de niños”
Que
la mayoría de testimonios sobre la matanza sean cristianos se debe precisamente
al exterminio generalizado de musulmanes, aunque sí nos ha llegado un
testimonio de Ibn Al-Atir, historiador perteneciente al bando sarraceno, que
tal vez se base en declaraciones de supervivientes:
“A la población de la Ciudad Santa la pasaron a cuchillo y los frany [francos, como se conocía a los cruzados por la mayoría francesa] estuvieron matando musulmanes durante una semana. En la mezquita Al-Aqsa mataron a más de setenta mil personas.”
Según
estas palabras, una masacre similar a la del Santo Sepulcro se produjo en un
lugar igualmente sacro para el Islam, como es aquel en el que Mahoma ascendió
al cielo. Esto tiene la misma función que en el primer caso: destruir tanto
simbólica como físicamente la presencia del Islam en Jerusalén.
A
pesar de todo esto, sería injusto generalizar hablando de los cruzados como una
unidad dominada enteramente por el odio. De hecho, algunos jefes cruzados como
Gastón de Bearn trataron de proteger a los civiles agrupados en el Templo
dándoles sus estandartes, aunque este intento no sirvió de gran cosa, ya que al
día siguiente un grupo de caballeros exaltados acabó también con estos
supervivientes, salvándose solamente una parte protegida por juramento de
Raimundo de Tolosa.
El
resultado de toda esta limpieza cultural sería finalmente irónico, pues una de
las principales causas de la posterior pérdida de Jerusalén fue que muy pocos
cristianos querían trasladarse hasta allí para la repoblación; esto se debe
tanto a un sentimiento general de añoranza de la tierra de origen como a la
gran diferencia entre el clima y los recursos de Europa y el mundo cananeo.
Toma de Jerusalén por los cruzados, de Auguste Giraudon
Acre
En
la ciudad de Acre tuvo lugar una de las mayores matanzas de las cruzadas
obviando Jerusalén. Tras su conquista cristiana, las tropas sarracenas se
negaron a rendirse permanecieron en los alrededores. El líder cruzado Ricardo
Corazón de León intentó negociar con Saladino la retirada, llegando el
cristiano a ofrecer un rescate por la ciudad que debería ser pagado en el plazo
de un mes. Tras la negativa del sultán y expirado el plazo, amenazó con
liquidar a la población musulmana que había capturado; ignorado el ultimátum,
el rey inglés cumplió su palabra y ese mismo año mandó cortar el cuello a casi
tres mil hombres, mujeres y niños, uno a uno, a la vista de las tropas
enemigas.
Desafortunadamente,
además de cruenta esta matanza fue en vano, pues tras impedir Saladino el
avance de Ricardo hacia Jerusalén ambos terminaron por pactar el fin de la
guerra a cambio de que los peregrinos cristianos tuvieran acceso a la Ciudad
Santa.
Otros
Además
de los llamativos casos de Jerusalén y Acre, hay constancia de varias matanzas
menores aunque no menos graves. Una de ellas fue la toma cristiana de Tanis, un
pueblo al este del delta del Nilo que fue arrasado, resultando después que sus
habitantes eran cristianos coptos.
Pero
el caso más relevante es el de Maarat, sobre el cual tenemos una cita del ya
mencionado Ibn Al-Atir:
“Durante tres días pasaron a la gente a cuchillo, matando a más de cien mil personas y cogiendo muchos prisioneros.”
Es
necesario señalar que la cifra es una generosa exageración del sarraceno,
tratándose en realidad de unos 20.000. No obstante, lo grave de este suceso no
es la cifra, sino el uso que se dio a los cadáveres.
El
deplorable sistema logístico del ejército cruzado había sumido a los soldados
en un periodo de gran hambre, al que esperaban poner fin con las provisiones
que pudieran encontrar en Maarat; sin embargo y para su desgracia, la ciudad no
contaba con alimentos suficientes para alimentar a un ejército, y tuvieron que
recurrir a medidas desesperadas. Una carta enviada a Roma por ciertos mandos
cruzados intenta justificar el suceso:
“Un hambre terrible asaltó al ejército en Maarat y lo puso en la cruel necesidad de alimentarse de cadáveres de sarracenos.”
Más
de un cronista cristiano da fe de esto, como el padre Alberto de Aquisgrán,
famoso por su obra “Cronicón jerosomilitano de la Guerra Santa” y que formó
parte del ejército de Maarat. Lo mismo ocurre con Raoul de Caen, quien afirma
que los caníbales tenían preferencia por los niños, y Fulquerio de Chartres,
quien especifica que las nalgas eran la parte más codiciada.
Los
judíos
También
hay que mencionar que no fueron los musulmanes los únicos afectados por este
fenómeno. En un contexto de violento fanatismo religioso, los judíos eran
vistos como los asesinos de Cristo, y como tal fueron perseguidos en Europa
mientras en Próximo Oriente se combatía a los musulmanes.
Cabe
mencionar las pequeñas cruzadas de los curas Folkmar y Gottschalk, la primera
de Sajonia a Magdeburgo y más tarde a Bohemia, y la segunda de Renania y Lorena
a Hungría, consistentes ambas en ir del punto A al punto B llevándose de por
medio a todos los judíos que encontraran en el camino. Estos actos fueron
condenados por la Iglesia, aunque de poco sirvió, ya que estos extremistas
veían la prohibición como cobardía y hacían caso omiso a ella. Son claras las
palabras de Hugo de Flavigny:
“Ciertamente parece increíble que en un solo día en tantos lugares distintos, movidos al unísono por una inspiración violenta, tuvieran lugar esas masacres, a pesar de la desaprobación y su condena como contrarias a la religión. Pero sabemos que no pudieron ser evitadas, puesto que ocurrieron a pesar de la excomunión impuesta por muchos sacerdotes y la amenaza de castigo por parte de muchos príncipes.”
No
obstante, la mayor cruzada de este tipo fue la liderada por el conde Emicho,
integrada por 10.000 hombres, mujeres y niños que se desplazaron del Rin al
Danubio. Los judíos fueron protegidos por el emperador y diversos obispos,
aunque esto no impidió las matanzas, llegando los cruzados a atacar los
palacios episcopales en los que se daba refugio a los perseguidos. Las mayores
concentraciones de muertes ascendieron a 1.100 en Maguncia y 800 en Worms.