lunes, 18 de mayo de 2020

Invasión demográfica en las cruzadas


El concepto de invasión demográfica se refiere al modo en que los cruzados llevaron a cabo la ocupación de las ciudades conquistadas, pasando a cuchillo a los antiguos habitantes musulmanes para propiciar la total conversión cultural del territorio: si todos los habitantes son cristianos, se elimina la amenaza de revueltas, conflictos religiosos, etc.
Se debe especificar que esta es una mecánica exclusivamente cristiana, pues Saladino era fiel a la filosofía coránica:

“Combatidlos hasta que cese la sedición y triunfe la religión de Allah; pero si dejan de combatiros, que no haya más enemistad, excepto con los agresores. [...] Temed a Allah y sabed que Allah está con los piadosos.”
(Corán 2:139-94)

Desde el bando musulmán no se llevó a cabo ninguna venganza por las masacres cristianas, y en todo caso se respetó la vida de los civiles. Mientras que los cruzados veían en el infiel al enemigo de Dios con cuya muerte se glorificaba al Señor, los sarracenos tenían a sus atacantes como unos inconscientes de los que había que defenderse, pero sin hacer pagar a justos por pecadores, respetando a todo aquel que no se mostrara hostil.

Jerusalén
La conquista de Jerusalén y su dominio cristiano era, en teoría aunque ocasionalmente eclipsado por otros, el principal motivo de las ocho cruzadas. Por ello, es lógico que tras su conquista en la Primera Cruzada los soldados cristianos, justo después de enfrentarse a sus enemigos y avivados por el sentimiento de victoria, continuaran desatando su ira contra los civiles, tanto por el odio a los conciudadanos de aquellos que acababan de matar a muchos de los suyos como para afianzar la posesión de la tan deseada ciudad. Es muy descriptiva de la matanza llevada a cabo la cita de Raimundo de Agiles:

“La cantidad de sangre derramada aquel día es increíble… Algunos de nuestros hombres (y esto era más misericordioso) cortaban las cabezas de sus enemigos… Otros los torturaban más arrojándolos a las llamas… Montones de cabezas, pies y manos se veían por las calles de la ciudad. Pero estas eran cuestiones menores comparadas con lo que sucedió en la Iglesia de la Resurrección. ¿Qué sucedió allí? Si digo la verdad excederá los límites de vuestra fe. Por ello baste con que mencione al menos esto: que en la Iglesia de la Resurrección y en el patio de la misma los hombres iban a caballo con la sangre que les llegaba a las rodillas y las riendas. Realmente fue un justo y espléndido criterio de Dios que este lugar se llenara de la sangre de los infieles… La ciudad estaba llena de cadáveres y sangre”.
La misma sensación nos transmiten las palabras de Guillermo de Tiro:

“No era sólo la visión de los cuerpos decapitados y miembros mutilados esparcidos por todas partes lo que provocaba horror a cuantos los veían. Todavía más espantoso era ver a los vencedores empapados de sangre desde la cabeza a los pies, un espectáculo desazonante que provocaba terror a todo aquel que los encontraba”.

Llama la atención que la parte más cruenta de la masacre aconteciera en el lugar más sagrado del cristianismo, la Iglesia del Santo Sepulcro. Con eso, lo que se busca es engrandecer aún más el símbolo de victoria, regodearse, exhibir al mismo tiempo la gran derrota del enemigo y la obtención del premio definitivo. Sobre este episodio en particular, hay que citar al cronista Fulcher:

“Alrededor de diez mil fueron decapitados en la Iglesia de la Resurrección. Si estuvierais allí, vuestros pies se teñirían hasta los talones con la sangre de la matanza. Ninguno de ellos quedó con vida. No tuvieron piedad ni de mujeres ni de niños”

Que la mayoría de testimonios sobre la matanza sean cristianos se debe precisamente al exterminio generalizado de musulmanes, aunque sí nos ha llegado un testimonio de Ibn Al-Atir, historiador perteneciente al bando sarraceno, que tal vez se base en declaraciones de supervivientes:

“A la población de la Ciudad Santa la pasaron a cuchillo y los frany [francos, como se conocía a los cruzados por la mayoría francesa] estuvieron matando musulmanes durante una semana. En la mezquita Al-Aqsa mataron a más de setenta mil personas.”

Según estas palabras, una masacre similar a la del Santo Sepulcro se produjo en un lugar igualmente sacro para el Islam, como es aquel en el que Mahoma ascendió al cielo. Esto tiene la misma función que en el primer caso: destruir tanto simbólica como físicamente la presencia del Islam en Jerusalén.

A pesar de todo esto, sería injusto generalizar hablando de los cruzados como una unidad dominada enteramente por el odio. De hecho, algunos jefes cruzados como Gastón de Bearn trataron de proteger a los civiles agrupados en el Templo dándoles sus estandartes, aunque este intento no sirvió de gran cosa, ya que al día siguiente un grupo de caballeros exaltados acabó también con estos supervivientes, salvándose solamente una parte protegida por juramento de Raimundo de Tolosa.

El resultado de toda esta limpieza cultural sería finalmente irónico, pues una de las principales causas de la posterior pérdida de Jerusalén fue que muy pocos cristianos querían trasladarse hasta allí para la repoblación; esto se debe tanto a un sentimiento general de añoranza de la tierra de origen como a la gran diferencia entre el clima y los recursos de Europa y el mundo cananeo.


Toma de Jerusalén por los cruzados, de Auguste Giraudon

Acre
En la ciudad de Acre tuvo lugar una de las mayores matanzas de las cruzadas obviando Jerusalén. Tras su conquista cristiana, las tropas sarracenas se negaron a rendirse permanecieron en los alrededores. El líder cruzado Ricardo Corazón de León intentó negociar con Saladino la retirada, llegando el cristiano a ofrecer un rescate por la ciudad que debería ser pagado en el plazo de un mes. Tras la negativa del sultán y expirado el plazo, amenazó con liquidar a la población musulmana que había capturado; ignorado el ultimátum, el rey inglés cumplió su palabra y ese mismo año mandó cortar el cuello a casi tres mil hombres, mujeres y niños, uno a uno, a la vista de las tropas enemigas.

Desafortunadamente, además de cruenta esta matanza fue en vano, pues tras impedir Saladino el avance de Ricardo hacia Jerusalén ambos terminaron por pactar el fin de la guerra a cambio de que los peregrinos cristianos tuvieran acceso a la Ciudad Santa.


Otros
Además de los llamativos casos de Jerusalén y Acre, hay constancia de varias matanzas menores aunque no menos graves. Una de ellas fue la toma cristiana de Tanis, un pueblo al este del delta del Nilo que fue arrasado, resultando después que sus habitantes eran cristianos coptos.
Pero el caso más relevante es el de Maarat, sobre el cual tenemos una cita del ya mencionado Ibn Al-Atir:

“Durante tres días pasaron a la gente a cuchillo, matando a más de cien mil personas y cogiendo muchos prisioneros.”

Es necesario señalar que la cifra es una generosa exageración del sarraceno, tratándose en realidad de unos 20.000. No obstante, lo grave de este suceso no es la cifra, sino el uso que se dio a los cadáveres.
El deplorable sistema logístico del ejército cruzado había sumido a los soldados en un periodo de gran hambre, al que esperaban poner fin con las provisiones que pudieran encontrar en Maarat; sin embargo y para su desgracia, la ciudad no contaba con alimentos suficientes para alimentar a un ejército, y tuvieron que recurrir a medidas desesperadas. Una carta enviada a Roma por ciertos mandos cruzados intenta justificar el suceso:

“Un hambre terrible asaltó al ejército en Maarat y lo puso en la cruel necesidad de alimentarse de cadáveres de sarracenos.”

Más de un cronista cristiano da fe de esto, como el padre Alberto de Aquisgrán, famoso por su obra “Cronicón jerosomilitano de la Guerra Santa” y que formó parte del ejército de Maarat. Lo mismo ocurre con Raoul de Caen, quien afirma que los caníbales tenían preferencia por los niños, y Fulquerio de Chartres, quien especifica que las nalgas eran la parte más codiciada.


Los judíos
También hay que mencionar que no fueron los musulmanes los únicos afectados por este fenómeno. En un contexto de violento fanatismo religioso, los judíos eran vistos como los asesinos de Cristo, y como tal fueron perseguidos en Europa mientras en Próximo Oriente se combatía a los musulmanes.
Cabe mencionar las pequeñas cruzadas de los curas Folkmar y Gottschalk, la primera de Sajonia a Magdeburgo y más tarde a Bohemia, y la segunda de Renania y Lorena a Hungría, consistentes ambas en ir del punto A al punto B llevándose de por medio a todos los judíos que encontraran en el camino. Estos actos fueron condenados por la Iglesia, aunque de poco sirvió, ya que estos extremistas veían la prohibición como cobardía y hacían caso omiso a ella. Son claras las palabras de Hugo de Flavigny:

“Ciertamente parece increíble que en un solo día en tantos lugares distintos, movidos al unísono por una inspiración violenta, tuvieran lugar esas masacres, a pesar de la desaprobación y su condena como contrarias a la religión. Pero sabemos que no pudieron ser evitadas, puesto que ocurrieron a pesar de la excomunión impuesta por muchos sacerdotes y la amenaza de castigo por parte de muchos príncipes.”

No obstante, la mayor cruzada de este tipo fue la liderada por el conde Emicho, integrada por 10.000 hombres, mujeres y niños que se desplazaron del Rin al Danubio. Los judíos fueron protegidos por el emperador y diversos obispos, aunque esto no impidió las matanzas, llegando los cruzados a atacar los palacios episcopales en los que se daba refugio a los perseguidos. Las mayores concentraciones de muertes ascendieron a 1.100 en Maguncia y 800 en Worms.



Trepanación craneana en Paracas


La cultura Paracas, más conocida por su fase posterior, la Nazca, habitó en la costa peruana entre el 700 a.C. y el 200 d.C. Son especialmente reconocidos por la calidad de su industria textil, por las tumbas en caverna y por sus cerámicas.

Existe constancia de que los paracas practicaron operaciones quirúrgicas, especialmente las llamadas trepanaciones craneanas. Para esta práctica el cirujano usaba cuchillas de obsidiana, tumis, bisturís y pinzas. Los tumis eran cuchillos ricamente ornamentados, muchas veces mediante una escultura a modo de empuñadura, con un filo en forma de media luna que solía ser de una aleación de oro y plata.


También usaban algodón, gasas y vendas. Se perforaba el cráneo con la cuchilla de obsidiana y se raspaba o excavaba el hueso dañado con el cuchillo, haciendo un movimiento circular para dar esa forma a la abertura. Realizado el tratamiento respectivo, se obturaba la abertura con planchas de oro o de mate (calabaza). Esto permitía que la operación cicatrizase sin ningún problema.
Se han discutido mucho las razones que impulsaron a la realización de esta práctica; se cree que fueron hechas con la intención de curar fracturas por hundimiento de las paredes óseas, para el alivio de las cefaleas y el tratamiento de las enfermedades mentales mediante procedimientos mágicos. Es probable que se creyera que al abrir el cráneo salían los espíritus causantes del mal. ​
Muchos cráneos con señales de trepanación indican que las personas sobrevivían a esa práctica, debido a la presencia de callos óseos en la zona operada, los mismos que solo se forman al pasar los años en una persona viva.



Bibliografía recomendada
Cáceres macedo, J., 1994. "Las culturas prehispánicas del Perú." Lima.