domingo, 3 de abril de 2022

La caída de Poseidón: La guerra del Asiento (1739-1748)

1731. El Isabela se halla patrullando las costas de Florida, cuando divisa cerca de la costa un barco sospechoso. El capitán Juan León Fandiño saca su catalejo para verlo con más claridad y divisa una bandera inglesa. "Tratándose de albiones, desconfía y acertarás," piensa, y ordena al timonel que se aproxime.

El barco, Rebecca, resulta ser un buque de contrabando, cosa que al español no le gusta nada. Decide darles una lección a los ingleses, para lo que le corta una oreja al capitán de la embarcación y se la devuelve con la frase "Dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve." Jenkins conservó la oreja, y en 1739 la presentó ante la Cámara de los Comunes. Esto desató un conflicto entre los dos partidos existentes: por un lado, los conservadores, que deseaban tomar por la fuerza las riquezas de España, al fin tenían su casus belli. Por otro, los liberales, menos favorables a desatar un conflicto armado, propusieron una compensación económica, lo cual les daría las ansiadas riquezas sin tener que enviar un solo hombre a la guerra. Después de unas largas negociaciones, el primer ministro Robert Walpole reclamó a España una compensación de unas cien mil libras, a lo que los orgullosos españoles se negaron.

Los ingleses, ante la perspectiva de abrir a sus manufacturas un mercado mucho mayor que el navío de permiso concedido en Utrecht y tomar zonas ricas en recursos interpretaron esta negativa como un ultraje y la aprovecharon para declarar la guerra al Imperio Español. El conflicto daría comienzo en 1739 y sería conocido como la Guerra de la Oreja de Jenkins por los ingleses y la Guerra del Asiento por los españoles.


Robert Jenkins presentando su oreja

Declarada la guerra, Inglaterra no se anda con chiquitas y manda rumbo al caribe a su mejor hombre: el almirante Edward "Old Grog" Vernon, veterano de la Guerra de Sucesión Española que tomó las armas en las batallas de Málaga y Barcelona. La base de operaciones fue establecida en Port Royal (Jamaica), desde donde se pretendía en un principio atacar La Habana. Sin embargo, este plan fue descartado tras un reconocimiento de la zona, que se hallaba fuertemente defendida.

Ante la necesidad de un nuevo plan, la pérfida Albión recurrió a su especialidad: la piratería. La flota británica acordó que el primer paso debía ser interceptar la flota de Indias, que llevaba riquezas desde América hacia España. En cuanto a dónde encontrarla, cabían tres posibilidades: La Guaira, Portobelo y Cartagena de Indias.

Vernon se dedicó durante un tiempo a investigar las comunicaciones españolas en la zona y capturar algún que otro barco mientras se preparaba el plan de ataque al primer objetivo, La Guaira, que encargó al ingenioso capitán Thomas Waterhouse. Waterhouse, pérfido albión, usó el sucio truco de cambiar su bandera por la española para aproximarse sin problemas al puerto, y una vez allí hacerse con los barcos mercantes y asaltar el fuerte.

De este modo, el 22 de octubre de 1739 tres barcos de bandera española se aproximaban al puerto de La Guaira. Pero para su sorpresa, los defensores advirtieron que los tripulantes de esos barcos no eran sino ingleses, y se colocaron en posición de ataque para, una vez estuvieron lo suficientemente cerca, disparar a discreción. Las balas de cañón no cesaban de acribillar a los atacantes, y tras tres horas forcejeando, Waterhouse ordenó la retirada. Tan destrozados estaban sus barcos, que se vio obligado a detenerse en Jamaica para llevar a cabo reparaciones de emergencia. Una vez de vuelta en la base, se disculpó ante Vernon alegando que la captura de unos pocos barcos no era motivo suficiente para justificar la muerte de sus hombres.


Batalla de La Guaira

Ante el fracaso de Waterhouse, Vernon se arremangó y decidió encargarse él mismo del siguiente ataque. El 5 de noviembre de 1739, el almirante partía hacia Portobelo con seis barcos.

Los ingleses tardarían quince días en llegar a su destino, así que mientras avanzan entretengámonos echando un vistazo a las defensas de Portobelo. La zona contaba con tres fuertes: Todofierro, Gloria y San Jerónimo, que en total reunían tan solo 700 hombres. El gobernador, además, no tenía interés en los asuntos militares y apenas se había molestado en mantener unas defensas apropiadas: había zonas estratégicas en las que se podía notar una total ausencia de soldados, algunos cañones no estaban colocados, la organización de las tropas era pésima y la flota estaba constituida por dos guardacostas.

¡Mirad quién ha llegado! Los ingleses acaban de entrar en el puerto sin mayor problema y ya están cañoneando el Todofierro. Por suerte, los otros dos fuertes podrán defenderlo. Ah, no, espera: al parecer el Gloria está demasiado tierra adentro para alcanzar a los barcos enemigos y los cañones del San Jerónimo están desmontados. Bueno, puede que el Todofierro haya caído, pero los valientes soldados españoles lo darán todo en la batalla terrestre. Que sepan de lo que estamos hechos. ¡Al ata... ¿Qué demonios hace el gobernador? ¡Le está entregando la ciudad a Vernon sin haber levantado un arma!

Sin embargo, el almirante entra en cólera al ver que todo el oro que se suponía guardaban los españoles en el puerto había sido trasladado a Perú en previsión de un ataque inglés. Tal era su ira, que ordenó arrasar la ciudad, tarea que llevó meses: los castillos fueron derribados hasta la última piedra, los cañones arrojados al mar y los baluartes junto al río Chagres destruidos. Solamente una vez no quedó rastro alguno de las fuerzas españolas, Vernon marchó de vuelta a Jamaica, resentido por el hecho de que aún habiendo logrado una victoria aplastante en el primer acto de envergadura de la guerra, este no hubiera servido para nada.

 

Tras borrar el desastre de La Guaira con Portobelo, los británicos se decidieron a atacar Cartagena de Indias, uno de los puntos clave del sistema defensivo español, para lo que reunieron la mayor flota de la historia de Gran Bretaña, con 186 navíos de los cuales un tercio eran de guerra., 3.000 cañones y 30.000 hombres. Al parecer las murallas eran sólidas, pero el lugar contaba con pocos efectivos: 4.000 hombres, de los cuales 600 eran arqueros indígenas, y seis barcos. Y al mando de todo esto, el gobernador del lugar y el almirante Blas de Lezo, un vasco tuerto, cojo y manco.


Blas de Lezo contempla la victoria, de Moreno y Vallespín

La fortaleza estaba protegida por una bahía con dos entradas: Bocachica y Bocagrande, estando todos los barcos españoles en la segunda. En marzo de 1740, Vernon mandó seis barcos que desembarcarían 400 hombres para tantear la capacidad del enemigo, que fueron repelidos con facilidad. A primeros de mayo, volvería a atacar con doce barcos que tampoco lograrían progresar mucho, y el 13 de marzo de 1741 lanzó a toda su flota. Antes de que diera inicio el ataque sobre las defensas exteriores, ya habían caído todos los barcos españoles, bloqueando Bocachica y Bocagrande según el plan de Lezo. Los españoles defendieron ambas entradas durante dos semanas, y a su retirada los ingleses se concentraron en el fuerte de San Felipe de Barajas, protegido por 600 hombres. Ante esta situación de desventaja, Vernon mandaría a Inglaterra la noticia de que la batalla había sido ganada.

La batalla de Cartagena de Indias

Para atacar el fuerte Vernon mandó medir sus muros y preparar escalas a medida, aunque no contaba con que Lezo, conocedor de esto, excavara durante la noche una fosa que las inutilizaba. La mañana siguiente fue una auténtica carnicería.

Los ingleses siguieron bombardeando por un mes, pero la gran cantidad de heridos, la aparición de enfermedades y la escasez de suministros le obligaron a retirarse con más de 15.000 muertos, entre los cuales se contaba gran parte de la oficialidad. Al regreso de Vernon a Londres, el rey Jorge II prohibió hablar o escribir sobre la batalla y mandó recoger las medallas conmemorativas acuñadas. Vernon, por su parte, sería relevado del mando de la flota.


Medalla conmemorativa de la "victoria" inglesa