En esta ocasión trataremos la figura del emperador Flavio Claudio Juliano (331/332-363), conocido como "el Apóstata" en virtud de la reforma religiosa que constituyó la parte más característica de su reinado, el cual se extiende entre el 355 y el 361 como césar de Constancio II y entre el 361 y el 363 como augusto en solitario.
Para comenzar debemos remontarnos a la muerte de Constantino, quien fue sucedido por sus hijos Constantino II (337-340), Constancio II (337-361) y Constante (337-350), quienes debieron hacer frente a la amenaza persa y a una serie de usurpadores, a la vez que continuaban la política religiosa de su padre. En septiembre del 337, mismo año en que accedieron al poder, ordenaron una matanza de los miembros varones de la familia constantiniana para evitar posibles usurpadores, siendo uno de los supervivientes su primo Juliano, quien no suponía un peligro inmediato por estar más preocupado por su formación filosófica que por los asuntos de Estado; no obstante, ya reinando en solitario Constancio II, fue precisamente él el elegido junto con Galo para el puesto de césar, siendo más adelante el segundo ejecutado por conspirar contra el emperador, de forma que el poder quedaba dividido entre Juliano y Constancio. El césar fue enviado a Hibernia (antigua Irlanda) y a las Galias, donde demostró una aptitud militar que le valió el favor del ejército, dándose que los soldados le aclamaron emperador; Juliano, por supuesto, rechazó esto y emitió discursos en favor de su primo, si bien esto no evitó que el emperador temiera una posible usurpación, llegando a pagar a unos bárbaros para que mataran a Juliano, lo cual finalmente no aconteció.
A la muerte de Constancio II, contando ya con el poder supremo y sin miedo a ser ejecutado, se produce un punto de inflexión: Juliano reniega del cristianismo, o como él lo denomina en sus escritos, "ateísmo," y confiesa ser un pagano encubierto, decretando incluso una serie de medidas tales como el restablecimiento y apertura de los templos y la derogación de las leyes que prohibían los sacrificios y de las que privilegiaban la fe cristiana; abandonó también la estética absolutista de los emperadores del Bajo Imperio, presentándose como un primus inter pares en la línea del modelo de princeps establecido originalmente por Augusto. Era también un emperador helenístico, que sustituyó a los profesores cristianos de las ciudades por otros que transmitieran la sabiduría griega y enfocó la campaña contra los persas como una emulación de la llevada a cabo por Alejandro.
Respecto a su reforma religiosa, lo que buscaba no era volver exactamente al estadio anterior a Constantino, sino institucionalizar el paganismo siguiendo el modelo de la Iglesia cristiana, dentro de un modelo henoteísta de influencia neoplatónica. El sacerdocio que pretende formar a este propósito, lejos de basarse en el del paganismo clásico, sigue una regla como cualquier orden monacal cristiana, basada en lo siguiente (Quiroga, 2020, pág. 77):
“Siguiendo el ejemplo que él mismo daba, los miembros de este estamento deberían abstenerse de asistir a espectáculos teatrales y evitar acudir a tabernas o admirar obras de arte poco edificantes. De igual modo, debían guardar unas normas de decoro y comportamiento en público que incluían controlar las visitas a los gobernantes para evitar levantar suspicacias. Además, expresó su deseo de crear hostales para albergar extranjeros y pobres.”
A pesar de todo, el gran problema con que se encontró Juliano fue que el cristianismo estaba ya muy asentado en la población del Imperio, siendo tarde para una marcha atrás al paganismo; sobre esto, ninguna prueba mejor que los pasajes en que el propio emperador se queja de la escasa afluencia de los habitantes de Antioquía a los ritos religiosos (Juliano, Misopogon, 34):
"En el décimo mes aproximadamente de vuestro calendario (creo que vosotros lo llamáis Loo) tiene lugar la fiesta tradicional de este dios [Apolo], y hubierais debido apresuraros a reuniros en Dafne. Yo, por mmi parte, desde el templo de Zeus Casio corrí hacia el santuario, creyendo que allí disfrutaría enormemente de vuestra riqueza y emulación. En aquel momento me imaginaba la procesión como si la viera en sueños, las víctimas, las libaciones, los coros con sus almas dispuestas de forma digna del dios y engalanados con simples y adecuados vestidos. Pero cuando penetré en el santuario no encontré ni perfumes, ni torta sacrificial, ni víctima."
Fue esta difusión del cristianismo lo que le obligó a ser respetuoso con este credo, y de hecho llamó de vuelta a obispos exiliados por su predecesor, lo que no obstante era un regalo envenenado: estos habían sido exiliados por Constancio II con motivo de los debates cristológicos; al traerles de vuelta y restituirles sus bienes Juliano se ganaba el favor de unos obispos que veían con malos ojos a su predecesor por haberles expulsado, además de debilitar el cristianismo al reavivar sus conflictos internos con la restitución de disidentes expulsados por poner en cuestión la doctrina comúnmente aceptada.
No debe extrañar pues que su intento de reforma muriera con él, el 26 de junio del 363, en batalla contra los persas; no contando con descendencia, los generales eligieron como su sucesor a Joviano, quién reinó durante muy poco tiempo, siendo sus única acciones importantes la paz con los persas y el retorno al cristianismo.
Bibliografía recomendada
Amiano Marcelino, Historia. Trad. Mª L. Harto Trujillo, Madrid: Akal, 2002.
Bringmann, K., 2006. "Juliano." Barcelona: Herder.
Quiroga, A.J., 2020. "El emperador Juliano: de la Historia a la ficción." Madrid: Síntesis.
Mención de honor, por supuesto, a la producción del propio Juliano, emperador del que más escritos conservamos. Recomendamos, como es común en fuentes clásicas, acudir a las traducciones de la editorial Gredos, disponibles de forma gratuita en formato digital.