Si algo caracteriza la política romana son las puyas y acusaciones entre las distintas partes a través tanto de rumores como de la historiografía, y el paradigma de esto es el conflicto entre M. Antonio y C. Julio César Octaviano: un festival de chismes y vejaciones en las que todo lo que se decía sobre uno era devuelto por el otro. En este contexto, nos detendremos en una parte muy concreta: la asociación propagandística de cada uno con una divinidad.
En el cariz triunfal se fijaron C. Julio César y Cn. Pompeyo Magno, quienes incluyeron en sus ceremonias de Triunfo elefantes (símbolo asociado a la divinidad), y como es lógico esto influyó en alguien muy cercano a ellos: el magister equitum de quien llegaría a ser dictator vitalicio. Además, al asociarse con Dioniso (o su versión latina, Baco), Antonio estaba equiparándose con Alejandro y por ende con el gran rey macedónico, lo que le daba muy buena imagen de cara a sus súbditos egipcios una vez se unió en matrimonio con Cleopatra Philopator; se presentó pues como el "Nuevo Dioniso," empleando la pertinente iconografía y celebrando banquetes temáticos en los que el vino jugaba un papel protagonista. Cuestión peligrosa, pues Cicerón lo tuvo fácil para presentarle como un déspota oriental borracho y lujurioso.
En cuanto al otro bando, Octaviano se veía en desventaja al enfrentarse a alguien asociado al triunfo; escoger para sí a Niké no era una opción por ser esta una hembra, y tampoco Venus, de la que supuestamente descendía pero que como diosa del amor, la belleza y la fertilidad no era demasiado apropiada para este contexto. Por lo tanto, debía buscar un dios masculino que contrastara con el escogido por su adversario, y con el que pudiera asociarse de algún modo.
Casualmente, resultaba que el primer templo dedicado a Apolo en Roma había sido construido por un miembro de la gens Julia; además, este dios había ayudado a su antepasado Eneas en la guerra de Troya y era una divinidad muy popular en Roma, considerado el ideal de perfección. Era idóneo para contrastar con el dios típicamente heleno de Antonio, y como no podía suceder de otra forma lo adoptó como divinidad protectora.
Asentadas estas identificaciones, el hecho más importante en relación con ellas fueron los dos banquetes celebrados por los triunviri. El primero en tener lugar fue el de Augusto, conocido como "la cena de los doce dioses," una parodia de los banquetes olímpicos en la que cada comensal se atavió como un dios (Octaviano por supuesto se vistió como Apolo) y disfrutaron de una noche de desmadre y adulterio, acompañados de deliciosas viandas, mientras el pueblo pasaba hambre a causa del bloqueo naval de Sexto Pompeyo.
"Tan pronto como la mesa recibió al anfitrión de aquellos impíos / y cuando Malia vio a seis dioses y seis diosas, / mientras César juega sacrílegamente a ser Apolo, / mientras se cena reproduciendo los adulterios de los dioses, / todas las divinidades abandonaron al punto el orbe terráqueo / y el propio Júpiter huyó de su áureo trono."
(Versos anónimos citados en Suet. Aug. LXX)
Sea verdad o no, el acontecimiento caló en la opinión pública y le valió a Octaviano el apodo de "Apolo Tortor," es decir torturador. Casualmente, no mucho después llegó a Roma la noticia de que Antonio había celebrado en Alejandría un banquete de características similares, en el que los comensales interpretaban dioses egipcios y Antonio y Cleopatra representaban a Osiris e Isis; no es el único caso en que una acusación hacia uno era compensada dirigiendo una parecida hacia el otro.
Bibliografía recomendada
Cicerón, Filípicas. Trad. Pere J. Quetglas, Barcelona, 2017.
San Vicente, J.I., 2015. "Antonio-Dioniso versus Octaviano-Apolo: Propaganda y contrapropaganda en torno a los ritos dionisíacos." En ARYS 13, pp. 77-125.
Suetonio, Divus Augustus. Trad. Alfonso Cuatrecasas, Barcelona, 2010.
Zanker, P. , 1992. "Augusto y el poder de las imágenes." Madrid: Alianza, pp. 66-76.